Mucho se lleva hablando sobre los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, previstos para este verano en la ciudad brasileña. Que si las obras van con retraso… que si se está maltratando y explotando hasta límites insospechados a los trabajadores que se ocupan de concluir las obras… que si la seguridad ciudadana brilla en Río por su ausencia… y, sin embargo, nada hace presagiar que ese estado de cosas cambie, ni pueda poner en peligro una celebración brillante de la cita olímpica, tan esperada por el deporte mundial.
Pero, mira por donde, resulta que a los organizadores, a la ciudad anfitriona de Río y al estado brasileño -que tanto necesita ahora este evento pues es una de las economías emergentes actualmente en recesión- les ha salido un enemigo tan pequeño como temible, pero muy digno de tener en cuenta. Me refiero al mosquito que transmite el virus Zika, que ha infectado a más de un millón y medio de ciudadanos brasileños en menos de un año y que ha encendido todas las alarmas en no pocos países. Razones para ese pánico no faltan, pues la cifra de damnificados parece tremenda.