Llevo tiempo pensando en que me gustaría reflexionar un día sobre la resiliencia, que nos ofrece con frecuencia una generosa y extraordinaria relación con la actividad deportiva y competitiva. Muchos expertos consideran que la resiliencia es una nueva forma de entender la vida. Yo no me atrevo a tanto, pero me parece que esa capacidad está omnipresente en el deporte y que muchos técnicos y expertos la consideran por ello como uno de sus principales valores. Y he decidido dedicarle hoy este post porque la actualidad nos trae una disculpa informativa preciosa a la que un poco más adelante me referiré.
Para quienes no estén familiarizados con el término ‘resiliencia’, ofrezco la definición de la Real Academia de la Lengua cuando incorporó (en 2010) este término a su diccionario: “Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Hay una connotación que, sin embargo, se considera inherente a esa definición: la facultad de salir fortalecido tras un proceso traumático. Es decir, que para ser una persona resiliente, no solo hay que superar la adversidad, sino que sería condición sine qua non, aprender del trauma vivido y conseguir que lo aprendido ayude a seguir creciendo.